La semana pasada fue la semana del aprecio para los maestros.
Es mi primer año como maestra y por eso, no esperaba ningún regalo de mis estudiantes.
Amo a mis estudiantes y me encanta el trabajo con ellos. No necesito regalos para recordarme o para sentirse su amor o su apreciación. Pues, los estudiantes tenían otros planes . . .
El lunes pasado, recibí un chocolate de un estudiante.
El miércoles pasado, recibí un dulce de otro estudiante.
El viernes pasado, ¡recibí un montón de regalos de mis estudiantes! ¡Yo estaba tan sorprendida! ¡Recibí galletas, cartas, loción, chocolates, jabón, perfume y más!. Yo estaba abrumada con emociones de amor y gratitud para mis estudiantes y para la oportunidad para enseñarles y ayudarles en su aprendizaje.
Un regalo en particular me hizo llorar.
Tengo dos estudiantes que son hermanos. En los meses pasados, he desarrollada una confianza con uno de ellos. Él ha tenido una vida muy dura lleno de afflicciones y dolor. Me ha dicho muchas cosas que se han roto mi corazón. Sólo quiero lo mejor para él y su hermano. Quiero lo mejor para todos mis estudiantes.
Pues, el viernes, estos hermanos me daron una flor rosada. Este acto de amabilidad y gratitud me hizo llorar porque me sentí la sinceridad de la flor.
No soy maestra por el dinero.
No soy maestra por la fama.